viernes, 3 de enero de 2014

Una mirada crítica a los castigos, premios, sobornos y amenazas.


Los castigos, los premios, los sobornos y las amenazas nos dan complacencia  temporal  y “compran” obediencia. Pueden cambiar el comportamiento de alguien a muy corto plazo (en el aquí y el ahora) y es por este motivo que nos parece que funcionan. Sin embargo, no pueden cambiar a la persona. No hacen que nos sintamos bien ni que seamos mejores personas, más bien provocan el efecto contrario.
Hay muchos libros y autores que defienden esta forma de relacionarnos tanto con los adultos como con los niños. A esto se le llama “conductismo”  y Skinner entre otros lo defendía: “Hacerle algo a alguien que le haga sentirse mal (sufrir) para luego provocar un cambio de comportamiento”. A diferencia del “humanismo” que se basa en buscar el origen y la causa que llevó a esa persona a actuar de tal modo. Dicho de otro modo, intentar averiguar la causa del problema o lo que causaba la necesidad de comportarse así e intentar buscar soluciones conjuntamente. Detrás de muchos comportamientos suele haber una necesidad no satisfecha.
Hace un tiempo vi una charla de Alfie Kohn en donde también hablaba de los efectos nocivos de los castigos, los premios y demás estrategias manipulativas... Me encantó un ejercicio que hizo con el público para demostrar y hacerles ver a las personas allí presentes que ni los castigos ni las amenazas ni los premios ayudan a nuestros hijos a ser como nos gustaría que fuesen. 
Les preguntó a los padres, madres y demás adultos (hoy en día, yo también utilizo ese mismo ejercicio en mis talleres o cursos presenciales) que le dijeran cualidades que les gustaría que sus hijos tuvieran en un futuro. Unos dijeron que fueran, honestos, compasivos, felices, honrados, trabajadores, ordenados, responsables, disciplinados, que tuvieran un buen concepto de sí mismos, que tuvieran una buena autoestima, que fueran solidarios, empáticos, autónomos… y un largo etcétera. A continuación intentaré argumentar (con ejemplos de Alfie Kohn y míos) por qué  los castigos, los premios y amenazas logran y refuerzan las cualidades contrarias a las deseadas.
Veamos ahora qué ocurre cuando castigamos. Imaginemos que un niño pega a su hermano y al verlo la madre lo castiga. Primero que todo, esa actitud hará sentirse aún peor al agresor. Tendrá un sentimiento de frustración y lo que realmente  aprende es que la próxima vez que quiera pegar a su hermano tendrá que asegurarse de que su madre no le vea para no volver a ser castigado. El castigo no le hace darse cuenta de los sentimientos de la otra persona.
El castigo no le ha hecho sentirse en paz y armonía para ser cariñoso o amoroso con su hermano, sino más bien le ha provocado más enfado y más desconexión. No le hace ser honesto ni honrado ya que la próxima vez lo hará a escondidas de su madre. Quizás incluso mienta si su madre le pregunta el por qué llora su hermano. ¿Cómo iba a decirle la verdad si sabe que será castigado por ello?
Al castigar a un niño/a por hacer algo que no nos gusta o que molesta a alguien no le enseña ni le ayuda a tener en cuenta los sentimientos de la otra persona sino que sólo ve las consecuencias de sus actos sobre él mismo (lo que le hacemos: "qué me hacen a mí cuando no me comporto como los demás quieren o esperan"). Por lo tanto, tampoco le estamos ayudando a ser comprensivo, solidario, ni empático. El niño puede pensar: “Si me porto “mal” o no hago lo que se espera de mi me van a castigar, la próxima vez me voy a asegurar de que no me vean, y una vez haya cumplido mi “condena” y haya pagado el precio (castigado en el rincón de pensar, sin postre, sin tele, sin patio, sin lo que sea…) ya estaré libre para volver a hacerlo otra vez”. Y vuelta a empezar. Cuanto más castigamos peor se siente el niño por no ser comprendido ni amado ni aceptado incondicionalmente. Al sentirse peor se comporta peor y por lo tanto pensamos que tenemos que seguir castigándole… El pez que se muerde la cola.
El castigo incrementa los comportamientos no deseados al hacer que el niño se sienta aún peor de cómo se sentía.
No hay cambio a largo plazo cuando castigamos. Todo comportamiento tiene un motivo valido. Si no nos preocupamos por saber el por qué un niño tiene la necesidad de pegar, morder, tirar cosas o gritar, no podremos ayudarle a gestionar sus emociones y sentimientos. Una necesidad no desaparece por mucho que nosotros queramos negarla o no podamos satisfacerla. Cuando nos sentimos bien nos comportamos bien, cuando nos sentimos mal nos comportamos mal (los adultos perdemos la paciencia, gritamos o nos molestamos cuando tenemos alguna necesidad no satisfecha o nos sentimos mal por algo). Cuando alguien se siente bien no tiene ninguna necesidad de comportarse “mal” ya que está en paz y armonía.
Si intentamos comprender lo que el niño siente, si intentamos hacer que se sienta mejor y más feliz, su comportamiento, también, cambiará y será mejor como efecto secundario. Dejará de tener la necesidad de seguir haciendo eso que nos molestaba. Tendríamos que dejar de hacerles cosas “a” los niños y hacer más cosas “con” los niños. Es mucho más humano crear y fomentar (con nuestra actitud) valores que querer cambiar comportamientos utilizando nuestro poder. Los castigos nos enseñan el uso del poder y no a comportarnos mejor ni a tener en cuenta las emociones ni necesidades de los demás.
Cuando un niño tiene un comportamiento no deseado en vez de pensar: “Esto es lo que te voy a hacer”, podríamos decirnos: “Algo ha ido mal, ¿qué podemos hacer?”. Utilizar el poder para hacer cosas desagradables a alguien, a mi entender, no es la mejor manera de relacionarnos. No promueve buenos valores. Los niños se sienten muy confundidos cuando personas que se supone que les quieren les hacen cosas desagradables.


Cuando los niños no quieren o no pueden hacer lo que les pedimos, quizás, el problema no esté en el niño sino en lo que le estamos pidiendo o el cómo se lo pedimos. Cuando un niño no trabaja lo suficiente, no estudia lo suficiente, no recoge lo suficiente, no come lo suficiente, no obedece lo suficiente… quizás es que se le está pidiendo demasiado.

Si realmente confiásemos más en los niños, ellos nos podrían demostrar cómo son en realidad. Podríamos empezar por tratarles cómo si ya fuesen cómo nosotros deseamos y dejar de verles como pequeños seres que necesitan ser moldeados y modificados. Seamos nosotros el cambio que queremos ver en ellos.
De vez en cuando podríamos preguntarnos: “Si lo que acabo de decir  o hacer a este niño, a mi hijo… me lo hicieran a mí, ¿Cómo me sentiría?”. "Esto que le estoy haciendo o diciendo nos conecta y nos une emocionalmente o por el contrario nos distancia y crea malestar?"
Aunque haya personas que justifiquen que los castigos en determinadas ocasiones son necesarios, personalmente pienso, y me atrevo a afirmar, que nunca lo son y que siempre son nocivos. Aunque nos hayan castigado cuando éramos pequeños, aunque se siga castigando en colegios y hogares… Los castigos nunca nos harán ser mejores personas ni nos ayudarán a tener mejores relaciones.
Somos muchos los que ya tenemos muy claro que castigar no nos lleva a ningún lugar deseado pero, ¿qué pasa  cuando utilizamos las recompensas o los premios?
Pues, en mi opinión, no son más que la otra cara de la misma moneda. Si alguno de mis hijos hace algo espontáneamente, supongamos, recoger algo, ordenar, ayudar a un hermano… y yo fuera y le diera un premio por ello, su acción dejaría de tener importancia y la importancia recaería en el premio y en el juicio que yo emito sobre lo que acaba de hacer. El énfasis está en el premio y no en la acción. Aunque mi intención es fomentar ese comportamiento deseado lo que realmente estoy provocando es todo lo contrario. Cuando no haya recompensa por esa actitud ya no habrá interés ni motivo alguno para seguir haciéndolo. Me explico, el niño sólo ve que si hace tal o cual cosa recibe dinero, dulces, un sobresaliente o lo que sea. Si un día deja de haber el premio o recompensa el comportamiento que estamos buscando fomentar con la recompensa cesará al no recibir nada a cambio. He visto algún padre o profesor recompensar a su hijo o alumno por leer espontáneamente. Lo hicieron con la mejor de las intenciones pero lo que provocaron fue todo lo contrario. Cuando no había premio el niño en cuestión dejó de leer. Algo que el niño escogió hacer por propia voluntad fue desmotivado por querer motivarlo con premios o recompensas. Curioso, ¿verdad? Pero cierto.
Con recompensas o premios no hay cambios de comportamiento a largo plazo, tampoco. Cuando no hay castigo o recompensa dejan de hacerlo o siguen haciéndolo respectivamente. Como hemos podido comprobar, castigar y premiar sólo funcionan a muy corto plazo, en el aquí y ahora (todo y así tengo mis dudas).  Yo me pregunto: ¿De verdad queremos que se coman ese plato entero porque luego hay un premio o lo que en el fondo queremos y necesitamos es que tengan su ración de vitaminas, proteínas o hidratos? Les podrías explicar nuestra preocupación y si ese ingrediente no les gusta, seguro podemos encontrar otro con el mismo valor nutritivo para la próxima vez. Castigarles sin algo o premiarles con algo no hará que les guste ese ingrediente. Más bien, como he comentado antes, les enseñará el uso del poder sobre otro y en un futuro ellos harán lo mismo para conseguir lo que quieren de otra persona. Castigando o premiando sometemos al otro a nuestros deseos, no le hacemos mejor persona.
Otra forma, mucho más sutil, de castigar es con la retirada de nuestro amor, de nuestra aceptación o atención o presencia. A esto yo lo llamo amor condicional o condicionado: “Solo te quiero, acepto o tendrás mi atención si te comportas como yo quiero”. ¿Cuántos somos los padres y madres que decimos que amamos a nuestros hijos incondicionalmente?
Querer a alguien incondicionalmente es quererle por lo que ya es y no sólo por cómo se comporta. Revisemos y admitamos que, en alguna ocasión, cuando nos hemos disgustado, molestado o enfadado con alguno de nuestros hijos o alumnos por algo que han hecho o dicho que no aprobábamos les hemos mirado o tratado con desaprobación y, de una forma inconsciente, les hemos retirado nuestro amor incondicional. Esa retirada de amor, aceptación o atención es un castigo, también. Es como si le dijésemos al niño que sólo le queremos y aceptamos cuando se comporta de una manera determinada y si no es cómo nosotros esperamos que sea no le queremos ni le aceptamos. Eso es lo que el niño recibe en realidad seamos o no conscientes de ello. 

Si nos acercamos a un niño y le decimos cómo nos sentimos o nos preguntamos cómo puede haberse sentido la otra persona  al verle hacer eso o al oírle decir tal cosa le estaremos ayudando a ver las consecuencias de sus actos en las demás personas y a tener en cuenta sus sentimientos y necesidades. No le estaremos haciendo nada malo a él por lo que ha hecho o dicho. Se lo explicamos y compartimos nuestro sentir para que él pueda conectar con nuestra vivencia sin hacerle nada malo por ello. ¿Cómo puede alguien conectar con el malestar del otro si a su vez le hacemos sentirse mal? Si les tratamos mal por un supuesto mal comportamiento, debido a necesidades no satisfechas, no les hacemos ningún bien.
No debemos olvidar que cuando nuestros hijos o alumnos tienen comportamientos no deseados en ocasiones puede ser porque  algo no marcha bien en su entorno más próximo y eso les produce inseguridad. Ellos son el vivo reflejo de nosotros, los adultos. De nuestros estados de ánimo, de nuestras preocupaciones, nuestras desconexiones, nuestras emociones y sentimientos.
Castigar es como una especie de venganza sobre el niño al no hacer o comportarse cómo queremos.
También solemos premiar (comportamientos deseados) detrás de los elogios intencionados. Me explico, cuando nuestros hijos hacen algo que nos gusta y queremos que siga haciéndolo les decimos continuamente “muy bien”, “que bueno eres”, “como te quiero” o “me gusta que hagas tal o cual”. Hay quienes lo llaman refuerzo positivo o disciplina positiva. Más bien, a mi entender, sería manipulación o control sutil. Cuando ya saben columpiarse, vestirse, sumar, leer, andar solos, dibujar, subir escaleras, ordenar su habitación o incluso cocinar podríamos dejar el simple "muy bien"  y decirles por ejemplo: “Lo lograste tu sola esta vez, lo hiciste sin mi ayuda, veo que te gusta pintar, esta vez no me has necesitado, veo que tenías mucho hambre hoy (cuando se acaban el plato)”. Al decir esas frases demostramos que nos hemos dado cuenta de su logro y de que nos interesa y nos importa. Cuando decimos simplemente “muy bien” estamos emitiendo nuestro juicio sobre aquello que han hecho y toda la atención recae sobre nuestra aprobación y sobre el elogio y no en la acción en sí que es lo que realmente importa. Lo verdaderamente importa es SU acción y no lo que NOSOTROS sentimos, opinamos o pensamos sobre dicha acción. Eso sería describir simplemente lo que vemos que ha logrado o hecho. Alfie Kohn tiene un escrito fabuloso explicando los 5 motivos para dejar de decir “muy bien”.
Detrás de esas palabras bien intencionadas hay mucha manipulación aunque no nos lo parezca. Si les tratamos muy a menudo de esta forma les estaremos haciendo dependientes de nuestras muestras de aprobación y continuamente necesitaran saber si les aprobamos o no. Quiero diferenciar un alago intencionado de otro que sale del corazón. Muchas veces les decimos “muy bien” con la intención de que sigan haciendo algo. Cuando alabamos, repito, le estamos dando importancia a cómo se siente el adulto y no a la acción en sí misma.  En mi opinión, la atención no deberían recaer en nuestro juicio de lo que el niño hace sino en la acción misma y para eso lo que podemos hacer es describirla. Eso sí fomenta la autoestima. Emitir juicios les hace dependientes a lo que los demás piensan o sienten sobre lo que hacen. De este modo pensamos que les estamos motivando para que sigan haciéndolo pero en realidad la motivación externa (con premios)  anula la motivación intrínseca (la que viene de dentro del ser, del corazón). Repito, decir “muy bien” es emitir un juicio y no describe ni significa nada. Cuando dicimos “lo lograste, lo conseguiste tú solo” le estamos dando muestras de que nos hemos dado cuenta y de que nos importa. No hay intencionalidad ni manipulación. En realidad, muchas veces, cuando  siguen haciendo eso no es por su satisfacción personal sino para recibir nuestras muestras de aprobación.  El efecto a largo plazo es que van a continuar necesitando de la aprobación de los demás para tomar sus propias decisiones. No obstante, quiero diferenciar un “gracias por tu ayuda” o “da gusto ver un cuarto tan limpio”. En mi opinión, no sería manipulativo decir eso ni hay ninguna intencionalidad detrás. Habría que preguntarnos el por qué decimos lo que decimos y con qué intención. Tenemos tantos automáticos que nos salen sin pensar…
¿Qué decir de las amenazas? Lo primero que me viene a la mente es el miedo o la frustración que muchos sentíamos cuando nos decían: “Si no… te voy a…” o si no… te quedarás sin…”
En nuestra casa intentamos no utilizar el “si no”. Cuando se nos escapa siempre sale algún miembro de la familia diciendo: “eso es una amenaza, nosotros no nos amenazamos, nos pedimos las cosas”. Yo suelo cambiar el “si no” por “cuando”. Por ejemplo: Cuando hayamos terminado de recogerlo todo podemos salir a dar esa vuelta o, aún mejor, "¿podríamos recogerlo todo antes de salir, por favor?”  Para mí no es lo mismo decir: “Si no se recoge primero no salimos o hasta que no esté todo recogido no saldremos”. Lo primero es una petición y lo segundo una orden. Lo primero invita a cooperar y lo segundo provoca rechazo. La comunicación conectiva-no violenta es algo que ponemos en práctica en casa siempre que nuestras emociones nos lo permiten. La forma en que nos comunicamos es crucial.
¿Qué alternativas tenemos?
·     Buscar la causa o necesidad no satisfecha en vez de querer cambiar el comportamiento.
·      Lo importante no es el comportamiento sino lo que lo alimenta.
·    Buscar soluciones conjuntamente con nuestros hijos. ¿Qué tienen ellos que decirnos?
·   Explicarles cómo nos sentimos y/o como se sienten los demás cuando ellos hacen o dicen tal cosa.
·  Ver qué necesidades no satisfechas tenemos nosotros, los papás y mamas o profesores e intentar satisfacerlas y no proyectarlas sobre nuestros hijos o alumnos...
·  Preguntarnos cómo se siente el niño en tal o cual circunstancia. Y preguntarnos el por qué no hace o deja de hacer lo que nosotros queremos.
·  Intentar modificar lo que el niño siente (hacerle sentir bien, amado, aceptado…) y no querer cambiar su comportamiento. Amarlos por lo que ya son y no por lo que hacen o dejan de hacer. Amarles incondicionalmente. Sin condiciones.
·      Amémosles cuando menos se lo merezcan por qué será cuando más lo necesiten.
·       Recordar que cuando nos sentimos bien nos comportamos bien.
·       Hacer más cosas “con” los niños y no tantas cosas “a” los niños.
·  No dar tantas ordenes ni poner tantos límites. Las órdenes crean resistencia.
·        Explicar e informar más.
·        Utilizar un tono de voz más suave y dulce.
·        Gritar menos.
·        Pedir en vez de exigir.
·        Limitar nuestras críticas y nuestros juicios. 
·    Hablar más del aquí y el ahora y no tanto del pasado ( evitar frases cómo: “es que siempre haces...” “nunca escuchas…” “cuantas veces te he dicho que…”). Cuando oigo esas frases me duele el corazón.
·        Confiar más en nuestros hijos.
·       La aceptación y el amor incondicional nos hacen mejores personas tanto a las que lo reciben como a las que lo damos.
·       Dejar de querer ganar batallas y simplemente evitarla

  • Dejar de necesitar tener la razón para poder tener más paz.
  • Revisar nuestras creencias limitantes. Para poder hacer cambios necesitamos cambiar las creencias que alimentan dichas actitudes no deseadas.
Siguen habiendo, en mi opinión, demasiados libros y “expertos” que aún aconsejan a padres, madres y profesores utilizar las amenazas, los premios y sobre todo los castigos. Yo sólo invito y propongo que nos cuestionemos las cosas, sobre todo nuestras creencias limitantes y falsas y que no actuemos por rutina, automáticamente, porque toca, porque nos criaron así, porque siempre lo hemos hecho así, porque eso es lo que se espera de nosotros, porque todo el mundo lo hace así… Ya va siendo hora de que nos cuestionemos más cosas y de que vayamos compartiendo  con otras personas nuestro “darnos cuenta” de que hay otra forma de relacionarnos con los niños. Tenemos que atrevernos a cambiar. La mejor forma de hacer esto es con nuestro ejemplo. Nosotros podemos ir cambiando ese modelo poco a poco (de generación en generación). Como dijo Ghandi: “seamos nosotros el cambio que queremos ver en el mundo”. Tratemos a nuestros hijos y a todos los niños con más respeto y con más amor y olvidémonos de los castigos, las amenazas, los sobornos, los premios y recompensas. Ellos lo merecen y nosotros y nosotras lo agradeceremos.

9 comentarios:

  1. Genial, así es....y lo digo de corazón....( no por tratar de que lo hagas más....jajajajja)

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  2. JA JA... me has sacado una carcajada sonora de verdad... Gracias por tu sincero "genial". La verdad es que sí que ánima a escribir más...
    Un saludo y veo que tu, también escribes muchoooooooooooo.

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  3. He fet un cartell amb les paraules i frases "prohibides" i l'he penjat a la nevera, ja que les dic totes!!. Desitjo cambiar-les, ja havia llegit l.article que hem vas recomanar del "molt be", pero en aqest hi ha mes exemples practics, penso!!. Gracies i ptns

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  4. Gr``acies a tu per ser una mare conscient i voler canviar cosetes.. ja les anirem comentant i compartint...
    Petons bonica!

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  5. Caray, qué buen blog me encuentro hoy. Estuve checando tus entradas luego de sorprenderme por la cultura unschool (por estos rumbos no se da mucho, en realidad... vivo en una gran urbe y no hay cabida para quien no asiste a la escuela). No obstante, hubiera amado llevar una vida como la que tú les ofreces a tus hijos. Suena tan bello y tan maravilloso, una cultura aprendida de las mismas raíces familiares, completamente empírica. Felicidades por tener esa valentía de tomar las riendas y sacar a tus hijos adelante tú misma, con tu esposo.
    Comento, por cierto, porque me ha llamado mucho la atención sobre las razones para no decir "muy bien". Yo no soy padre aún, tengo 21 años, pero tengo un hermano al que de más pequeño yo lo educaba en lo más posible, y lo que solía hacer era alentarlo con frases como "muy bien" y cosas así... no me había detenido a reflexionar que únicamente estaba emitiendo un juicio satisfactorio para mí mismo.

    Cuando tenga algún hijo (por preferencia personal me gustaría una hija), quisiera educarla con todo el amor y comprensión que pudiera darle. Gracias por ser una motivación. Sigo tu blog desde hoy.

    ¡Saludos desde la Baja California, México!

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  6. Encantada de conocerte Cynus, me gusta y me emociona mucho que un chico joven como tu se pase por nuestro blog y se inspire... Una preguntita, tengo curiosidad, cómo has llegado a nuestro blog?

    Un saludo y adelante con tus escritos (me he dado una vuelta por tu blog).

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    1. Caray, no me ha notificado hasta que me volví a dar la vuelta. Bueno, que recientemente he aprendido sobre el término "unschooling", y motivado por saber sobre el estilo de vida de estas personas es que fui a dar con tu blog. Estuve checando algunas entradas más antiguas el otro día, también noté que tu niña tiene un blog personal donde cuenta sus vivencias, confieso que ése me llamó mucho la atención porque, vamos, es la perspectiva infantil de la cultura unschooling, tú nos narras tus vivencias como madre, ¿pero ellos qué dicen? Así que me di la vuelta por ahí también.

      Oh, gracias por eso =) soy estudiante de Lengua y Literatura, aunque claro, aún estoy en la etapa de escribir bodrios ;)
      Un gran saludo!

      PD: ¡Es Cygnus! :)

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  7. Impresionante este artículO. Lleno de sabiduría y también de tus propias herramientas. Gracias por tu apertura!! Andrea

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